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Nutrición, Industria y Comunicación.

 

Hace un tiempo, el Parque Científico y Tecnológico de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (PCyT de la FAUBA) organizó un seminario sobre el impacto de la nutrición en las habilidades cognitivas de las personas. Durante la sesión de preguntas y respuestas que se desarrolló al fin institución para adultos mayores. Con un tono de voz que denotaba preocupación teñida con una cierta dosis de angustia, se refirió a las dificultades que encontraba a la hora de que las personas a las que debía alimentar aceptaran opciones más saludables que aquellas a las que estaban acostumbradas y que evidentemente preferían. “La industria (me) lo tiene que solucionar” fue su comentario final.

El pensamiento de uno de los docentes del PCyT —cuyos más de 28 años de trabajo en la industria seguramente “tiñeron” su opinión— fue “Si no podés hacer que una persona de más de 60 años elija comer una manzana con un jugo de frutas en el desayuno en lugar del café con leche y medialunas de manteca, el problema no es la industria, sino que no sabés hacer tu trabajo”.   

Meses después, durante otra actividad de nutrición relacionada con la práctica deportiva, una deportista de alto nivel y con muchos galardones reconoció que, debido a su ritmo de vida (estudios universitarios, guardias médicas y entrenamientos exigentes), tomaría con gusto, en caso de existir, una pastilla mágica que aportase todos los nutrientes necesarios para evitar preocuparse por lo que comía. 

Una vez más, se hizo presente el reclamo a la industria para encontrar una solución. Y, esta vez, no vino de un profesional de la nutrición, sino de alguien “del otro lado del mostrador”, de una persona consciente de sus necesidades nutricionales y de cómo estas afectan su performance deportiva, y para la cual nutrirse adecuadamente significa un desafío permanente.

¿Puede la industria encontrar tal solución? Y en ese caso… ¿es responsable de hacerlo? Lo que deben hacer el consumidor y los profesionales de la salud, así como las autoridades y los medios de comunicación son interrogantes siempre presentes.

En la actualidad, los consumidores tienen un comportamiento muy activo frente a los alimentos que consumen y se preocupan en gran medida por su salud. Pero, al mismo tiempo, especialmente en los grandes conglomerados humanos donde se apiña la mayor parte de la población, están faltos de tiempo y requieren practicidad, lo que los transforma en un público exigente y nada fácil de satisfacer. Y, lo que es peor aún, carecen de la información adecuada o directamente son afectados por informaciones erróneas, cuando no francamente tendenciosas y sin fundamentos científicos. Para agravar la situación y por diversos motivos, los profesionales de  la alimentación (profesionales de la industria, nutricionistas, etc.) suelen estar, muchas veces, mal informados.  

Al mismo tiempo, en el mundo se registran tendencias que afectan con variada intensidad a consumidores, profesionales e industrias de las distintas regiones del globo. La calidad nutricional y su relación con la composición del producto; la disminución de algunos nutrientes y su reemplazo por otros; la inclusión de conceptos relativos a las formas de producción, su impacto social y ambiental, y los efectos sobre el ambiente, los recursos naturales y la biodiversidad están entre ellos.

Cuando estamos frente al envase de un alimento y los mensajes que contiene, ¿pensamos en qué concepto o criterio hay detrás de cada palabra, símbolo o imagen que se utiliza? En ocasiones, el uso excesivo o abuso de determinados mensajes o símbolos puede llevar a una traducción inadecuada o incompleta de lo que realmente se quiere transmitir. Doble problema, para el productor y para el consumidor. ¿Transmiten aquello que quieren y deben los primeros, y es comprendido por los segundos? 

El rotulado es aún la principal herramienta de comunicación entre el consumidor y el elaborador de un alimento. Su  interpretación depende de una infinidad de particularidades y pre-conceptos de carácter individual, que se ponen en juego en el momento de adquirir el producto.

En este sentido, existe una serie de símbolos, términos o leyendas que podría brindar información más clara y más fácil de interpretar para el consumidor. El inconveniente actual reside en que no hay criterios únicos para establecer cuál es la mejor herramienta para responder a la infinidad de exigencias del consumidor.

Paralelamente, sorprende la diversidad de medios de comunicación que transmiten y divulgan información relativa a los alimentos, que se traduce en un flujo constante de mensajes o supuestos que, con frecuencia, toman la forma de recomendaciones basadas en teorías débiles o poco fundamentadas.

Este fenómeno, que parecería vincularse con la falta de información, suele estar ligado con lo opuesto: una sobreabundancia de indicaciones y referencias que, por desconocimiento o por confusión, hace predominar “modas” carentes de fundamentos científicos. 

Así que, aquí, tenemos el desafío de achicar la brecha de desconocimiento e indagar sobre las herramientas disponibles que permitan expresar el mensaje que se quiere transmitir de la manera más adecuada y exacta posible.

Pero esto no es todo. Los alimentos son algo que, en gran parte, es tradicional y se mantiene sin cambios; después de todo, una hoja de lechuga seguirá siendo una hoja de lechuga en el futuro y, con seguridad, continuará siendo consumida en su forma habitual. Pero, también, hay una gran innovación en alimentos, que debería estar siempre al servicio de la salud y el bienestar de las personas. 

Los profesionales de la alimentación deben estar informados acerca de cómo se fijan las necesidades nutricionales de la población, las normas vigentes y la legislación aplicable, además de estar actualizados sobre las tendencias sociales y las necesidades emergentes. Y si se pretende exportar alimentos, estos factores deben aplicarse también a los países o regiones de destino.

Las enfermedades no transmisibles, como celiaquía, diabetes, alergias e intolerancias agregan otra dimensión a los factores que deben tenerse en cuenta a la hora de producir, transformar, manipular, distribuir o vender alimentos. 

De todos modos, en el camino de satisfacer las expectativas de los consumidores para obtener  la “píldora mágica” que haga que la industria “(me) solucione el problema”, esta última también enfrenta sus propias realidades, entre ellas, los factores tecnológicos que ponen ciertos límites a lo que puede o no lograrse con una instalación industrial, como las cuestiones derivadas de los aspectos de vida útil del producto, organolépticos y de inocuidad o aquellas muy importantes para una actividad con fines de lucro, como las relacionadas con costos y eficiencia operacional.

Es habitual ver que la interacción entre los tecnólogos de alimentos y los nutricionistas, solo para citar un ejemplo, está plagada de malentendidos y desinformación. Esto impide, en ocasiones, que las necesidades de salud y bienestar sean correctamente traducidas al desarrollo de nuevos productos. Por ejemplo, muchas veces, debemos preguntarnos si las recomendaciones nutricionales  —por nombrar alguna cuestión— están basadas en evidencia científica o no. 

Es evidente que, sobre todo entre los profesionales involucrados, es necesario comprender el alcance de la investigación científica y aprender a hacer una evaluación crítica de la evidencia científica. No solo es fundamental trasladar los resultados de las investigaciones científicas de manera correcta al desarrollo de nuevos productos, sino también, a la hora de hacer divulgación pública sobre aspectos nutricionales. 

Aquellas personas ligadas a la alimentación, ya sea en la industria, en las áreas de salud y nutrición e, incluso, en la comunicación deben asegurarse que al comunicar, regular o valerse de los supuestos beneficios o efectos negativos sobre la salud de un nutriente, ingrediente, aditivo o alimento se utilicen informaciones basadas en la evidencia científica disponible y no en tendencias de opinión, modas o aseveraciones pseudocientíficas.

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